Pero actuando así nos encontramos
con una paradoja. Y es que según algunos autores, como Gerald Zaltman en su
libro en “How Customers Think”, se estima que nada menos que el 95% de los
pensamientos, formas de aprendizaje y de los actos emotivos se producen en el
inconsciente. Es decir, solamente un 5% es fruto del proceso de la mente
consciente o de lo realmente percibido.
Dicho de otra forma, cuando se
realizan estudios de mercado en los que se realizan preguntas y respuestas, las
respuestas obtenidas suelen provenir de la parte consciente del individuo, lo
que les resta espontaneidad, (aunque parezcan respuestas espontáneas), y por lo
tanto, autenticidad. En el caso de, por ejemplo, la experimentación o en la
observación, el sujeto tiene una respuesta más directa, con influencia de su
mente consciente pero, en ocasiones, posee tiempo suficiente como para permitir la entrada del pensamiento inconsciente en el proceso de decisión.
mente consciente pero, en ocasiones, posee tiempo suficiente como para permitir la entrada del pensamiento inconsciente en el proceso de decisión.
Por lo tanto los estudios de
mercado o de opinión de los consumidores sobre sus motivaciones de compra sólo
recogen un 5% del total de los datos, siendo ignorados o enmascarados de forma
involuntaria ese notable 95% de datos inconscientes, que es donde realmente se encuentra el proceso
de decisión en las personas. En los diferentes análisis sobre el comportamiento
de la mente se ha averiguado que el pensamiento consciente es mucho
más lento que el inconsciente.
Por tanto, en la investigación de
mercados la mayoría del conocimiento que se recoge para conocer como piensan
los clientes está basado en información obtenida a través de sistemas
lentos, por su implicación en diálogos o petición de reflexión, como
son las entrevistas, las reuniones de grupos, o la cumplimentación de
cuestionarios, basamos los resultados una toma de datos lenta y poco
espontánea. Esto resulta tanto más problemático cuanto que se sabe que
parte de los procesos de compra se basan muchas veces en los caprichos
o impulsos espontáneos de las personas, y éstos surgen en la mente
inconsciente. A raíz de esto hubo que ponerse el traje de faena e intentar ver
la forma de conocer como es ese proceso inconsciente.
Se conseguían mejores datos con
las técnicas de observación y de experimentación, pero la respuesta ante
preguntas formuladas puede ser alterada por el consumidor, de forma voluntaria
o involuntaria.
Para evitarlo se acudió a las
técnicas de psicociencia o neurociencia, que utiliza mediciones biométricas
como la actividad cerebral, el ritmo cardíaco, la respuesta de la piel... de
los sujetos estudiados para obtener conclusiones. A esto es a lo que llamamos
psicomarketing o neuromarketing, ya que se trata de una toma directa de las
reacciones directas de la mente ante un estímulo medidas por escáneres,
resonancias magnéticas o cualquier otro sistema conectado a la persona. De esta
forma las reacciones no se ven manipuladas porque la respuesta del cerebro se
ve reflejada en las imágenes
tomadas de las diferentes partes del cerebro por estos aparatos. También puede
verse en la variación del ritmo cardiaco u otras constantes vitales.
La diferencia con otras técnicas
anteriores es que se basa en reacciones reales medibles directamente en el
individuo analizado, con los equipos tecnológicos adecuados, en lugar de
basarse en lo que los usuarios dicen que hacen, dicen que piensan o dicen que
sienten, sino que al ser medición directa de sus propias reacciones mediante
dispositivos tecnológicos, muestran lo que realmente sienten o piensan los
usuarios. Es decir, de esta forma se sabe lo que hay realmente entre la
creación de un estímulo y la reacción real de una persona.
A primera vista podemos encontrar
dos factores en contra de la aplicación de las técnicas psicológicas al
marketing. La primera es fácilmente deducible: estas técnicas son
caras. Se requieren equipos médicos costosos durante un tiempo
determinado y a aplicar en un cierto número de individuos, además de que deben
ser analizadas por personas muy expertas para sacar conclusiones válidas. Esto
es una primera barrera, asumible según presupuestos disponibles, pero podemos
ver otro aparente problema de ética en la utilización de personas
en estas prácticas, aunque son pruebas totalmente voluntarias. Y mientras se
limiten a medir datos todo puede ir bien: lo malo sería cuando se intentase influir
en la mente de las personas con esta tecnología.
Hay algunas diferencias claras
que deben tenerse en cuenta sobre los resultados de las actividades de
psicomarketing y las técnicas de experimentación y observación. Por ejemplo, el
hecho de que las ruedas de los carritos de los supermercados parecen que están
estropeadas porque giran hacia las estanterías no es casualidad, sino que como
muchos sabemos está hecho aposta, con la finalidad de que las personas se vean
obligadas a ver las estanterías y comprar más. Pero esto no es psicomarketing,
sino que proviene de técnicas de experimentación, como también lo es que los
productos más necesarios estén al final del supermercado, (tenemos que recorrer
todo y posiblemente comprar más), o la posición de los productos en las
estantería, estando los productos más caros o más convenientes para el
supermercado a la altura de la visa, mientras que los más baratos o menos
convenientes para el supermercado están abajo, y hay que agacharse, o muy altos
para cogerlos con dificultad. Todas estas prácticas derivan de haber realizado
con los consumidores las técnicas de experimentación y observación.
Entonces, ¿para qué resulta útil
el psicomarketing? Siempre para conocer el comportamiento real de los usuarios
ante pruebas de atención, memoria, percepción, sentimientos y recuerdos,
básicamente. Por estas razones, para ver la influencia de una marca en el
consumidor, su comportamiento ante cambios de color o forma en el envase,
sentimientos que transmite la marca o el producto mostrado y su comparación con
otras marcas o productos o la atención que provoca.
Veamos un ejemplo de lo que puede
aportar el psicomarketing como complemento a las técnicas más habituales de
marketing: el de Coca Cola y Pepsi Cola.
En 1975 se realizaron pruebas de
cata en centros comerciales de todo el mundo para saber cuál era la bebida más
aceptada de las dos en una prueba a ciegas. La mayoría prefirieron Pepsi Cola frente a
Coca-Cola y sin embargo las ventas de Coca-Cola superaban con mucho a las de
Pepsi Cola.
Para intentar entender estos
datos aparentemente antagónicos, en 2003 se volvió a repetir el experimento,
pero ahora mediante técnicas de neuromarketing, concretamente realizando una
Resonancia Magnética Funcional mientras probaban ciegamente las dos bebidas.
Nuevamente, más de la mitad de
los que participaron, prefirieron Pepsi a Coca-Cola. Y la resonancia magnética
funcional lo corroboró porque la excitación del órgano cerebral que tiene una
parte activa en la valoración de sabores, y parece que también en los
sentimientos de amor y odio, era superior cuando bebían Pepsi.
Después se volvió a repetir el
experimento pero esta vez conociendo lo que iban a tomar. En este caso ganó
Coca-Cola en 3 de cada 4 consumidores. Esto demostró de forma evidente el poder
de la marca en nuestro inconsciente.
Es fácil pensar en más ejemplos
en los que utilizar el neuromarketing por las empresas. Claro que sin olvidar diversos
detalles, tales como su elevado coste, algunas consideraciones de tipo ético en
algunos casos, una cierta ausencia de estándares, (aunque hay una asociación de
estandarización), y determinación del tamaño de la muestra. En definitiva, es
una decisión a considerar que tiene muchas repercusiones, además de su coste, y
que en otros casos se pueden solucionar con técnicas de tipo experimentación y
observación. Sobre estas últimas hablaré en próximo post.
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